Viernes 26 de Abril del 2024

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DANIEL

 

                                 DANIEL

 Veinte años cumplía Daniel. Qué hermosa edad para repetirla unas cuantas veces más. Eso pensaba Daniel sin saber lo que le deparaba el día. Aunque suponía que sus padres, su hermana, le tenían preparada más de una sorpresa. Era una familia casi maravillosa. Solo un problema. El padre de Daniel todavía no se recuperaba del batatazo, varapalo, que le dio su hijo al inscribirse en una carrera literaria y no seguir la de derecho para convertirse en un abogado igual que él.

La fiesta del cumpleaños. Parientes, amigos. Regalos de todas las especies. Sin embargo, el regalo más preciado todavía no le llegaba a Daniel. El tan ansiado amor no golpeaba a su puerta. Había conocido algunas chicas, pero ninguna anidaba en su corazón, en sus sentidos. Además, sabía que no poseía esos encantos varoniles que encandilan a las chicas. No era bien parecido. Tampoco se trataba de que fuera un feo consumado. No era alto, más bien pequeñín. Otro además… era tímido. Se vestía muy bien, siempre elegante, abusando del color negro. Pues había comenzado a escribir sus primeros versos en secreto. Si se enteraba su padre seguro que habría un lío. En esos tiempos los poetas iban de negro.

Iba bien la fiesta. De pronto la buenaza de su hermana, tres años mayor que él, lo lleva a un rincón y le dice que tienen que ir a la estación de autobuses, pues llegaba una amiga de ella invitada a la fiesta. “En realidad ese es mi regalo de cumpleaños, te la traigo para ti”. Fue verla y quedarse sin palabras, con el corazón tiritando, con los ojos demasiado abiertos, con unos versos que ya le estaban brotando. Pero, ¿por qué era tan bella? ¿Por qué tenía esa voz tan diáfana, tan cristalina. ¿Por qué tenía esos labios que parecían que llamaban a sus labios, a sus besos?

Todo eso se lo pensó Daniel. Apenas pudo saludarla. Apenas pudo contestar con monosílabos a las preguntas de ella. María de los Ángeles fue la reina de la fiesta. Qué vergüenza para Daniel cuando le tocó apagar las veinte velas. Su hermana, siempre cerca de él, le ayudó en esa tradición típica de los cumpleaños.

María de los Ángeles se quedó una semana. Siete días en los cuales Daniel la llevó a diferentes lugares aprovechando que estaba de vacaciones. Cada día crecía más su amor por la muchacha. Cada noche le escribía nuevos versos. Se sabe, toda fecha llega, es inevitable, la muchacha volvía a su hogar. Escuchó Daniel como se despedía de su hermana. Se acercó, debía llevarla a la estación de autobuses. De pronto, sin saber por qué, se ocultó y escuchó la conversación sin que lo vieran.

 -Carmen, querida Carmen, tu hermano es muy buena persona, tierno, simpático, pero lo siento mucho entre él y yo no va a pasar nada. Él no es lo que yo busco, pretendo. He tratado de acompañarlo a sus eventos literarios, pero eso no va conmigo, tú sabes, soy una pragmática, una informática. Es otro mi mundo. Lo siento.

 -Está bien querida María de los Ángeles, agradezco que hayas sido sincera conmigo. Aunque te aviso, lo conozco muy bien, lo vas a dejar con el corazón destrozado, está enamorado de ti.

En la estación hay una cafetería. Hay tiempo para tomarse un café. Daniel, sacando fuerzas de donde no tenía, hablaba. “Querida María de los Ángeles, antes que te vayas leeré tu destino en la palma de tu mano. No te voy a contar como aprendí a hacer esto, tampoco en casa lo saben”. Tomó la mano de la muchacha que estaba bastante intrigada. Daniel prosiguió. “Por lo que veo en tu futuro conocerás a varios pretendientes, todos con dinero, excelentes profesiones, pero lamentablemente ocurrirán… hechos desgraciados… lo siento no puedo decirte más”. María de los Ángeles entró en el tema un poco nerviosa, un poco divertida. “Vamos, cuéntame todo, me tienes sobre ascuas”. A lo que él contestó. “No puedo decirte más y estoy muy arrepentido de haber vaticinado tu destino. Es la hora, tu autobús pronto viene, ya nos comunicaremos”.

El tiempo cumplió con su labor de zapa. Daniel continuaba en su carrera de profesor de literatura. Su hermana regentando la peluquería de alta alcurnia, lujo, que tenía. Su padre, retirado, en casa. Su madre, preocupada del jardín y de los chismes ciudadanos. Un día conversando en casa dijo Carmen: “Se acuerdan de María de los Ángeles, ella se iba a casar y su novio murió en un accidente automovilístico”. Daniel recordó su profecía, su vaticinio, su lectura de la palma de la mano de la muchacha. Se puso pálido, no dijo nada.

Otra vez el tiempo. De pronto se repiten las cosas, como si ya se hubiese hablado de lo mismo. La familia sentada a la mesa. Carmen hablando, contando que María de los Ángeles se iba a casar y su novio, un día antes de la boda, fue asesinado en un acto terrorista. Daniel se puso más pálido que la vez anterior.

Tiempo sobre el tiempo. Daniel ya se ha titulado. Daniel publica y presenta su primer libro de poemas titulado Crónica del rocío. Firma libros, hace dedicatorias. De pronto un perfume, una voz especial. Era el pasado golpeando sus sentidos. “Hola. ¿Te acuerdas de mí? Soy María de los Ángeles”. El flamante poeta deja todo en manos de su hermana. Invita a la dama a salir. La lleva a un café. Habla. “Me he enterado de todo lo pasado contigo, pero te lo juro, por mis padres, que todo eso de verte la suerte, el porvenir, me lo inventé y no sé por qué razón lo hice; tal vez estaba despechado”. Ella contestó. “No fue tu culpa Daniel, fue el destino, mi destino. Pero ahora estoy decidida a cambiarlo todo. No me separaré de ti si es que me das una oportunidad. Te juro que he cambiado”.

Daniel nunca había dejado ese amor a un lado. Claro que le dio una oportunidad. Ahora, pletórico presente, ceremonia de casamiento. Ella… bella, demasiado bella, en su traje blanco, luciendo una amplia, hermosa sonrisa. Daniel acercándose, diciendo calladito: “Dios mío, pero que bella es, pronto será mi esposa, gracias, señor mío, por brindarme, entregarme este amor”. Demasiadas emociones en pocos segundos. De pronto presiente que su corazón va a explotar. Avanza hacia ella. Pero, ¿por qué sus pasos son tan lentos. Pero, ¿por qué cae al suelo y siente que una daga le traspasa el corazón?

 Moraleja: “No juegues nunca con el destino, te puede dar más que un disgusto”.
 

 

Roberto Farías Vera

 

 

 

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