Memorias de un viejo adolescente

Memorias de un viejo adolescente

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO XIX EL VIEJO

Estamos en el BILTEMA, somos ocho personas. Uno de los presentes se resiste a vacunarse, es Pedro, que las oficia de mecánico y a quién apodamos el Curandero de la Tribu. Él no cree en las vacunas, aún más, dice que todo lo relacionado con la pandemia es una farsa, que él es un hombre libre y nadie puede obligarlo a vacunarse. Hacemos un alto en la discusión. Llaman por el móvil a Juan Luis quien nos informa que ha fallecido un viejo conocido nuestro de un ataque al corazón. Se trata de Víctor, uno de los primeros compatriotas que llegaron a la ciudad de Södertälje. Él llegó muy maltratado. Iniciado el golpe militar lo detuvieron y lo ingresaron en un centro de tortura. Después, un largo tiempo, lo tuvieron detenido en un campo de concentración. Al final, hecho un despojo humano, lo dejaron tirado en un terreno eriazo. Lo encontraron unas personas que lo llevaron a un hospital. Una organización internacional se hizo cargo de él y logró sacarlo del país. Nunca se pudo recuperar, su mente quedó dañada para toda la vida. Aún así, vivía solo, y se manejaba en las cuestiones básicas de la vida.

            La noticia nos dejó abatidos. Víctor era una persona que siempre cooperaba cuando se hacían actividades de carácter político y social. Se entretenía haciendo arpilleras y por un tiempo le dio por sacar un folleto bien simplón donde desarrollaba extrañas ideas de todo carácter. Siempre andaba vestido con un overol, una gorra tipo Che Guevara, y luciendo una espesa barba negra. Fumaba bastante y él se fabricaba sus propios cigarrillos. Cada uno de los asistentes al café recordó gratas anécdotas de convivencia con Víctor. Nos comprometimos a asistir a su entierro.

            Me fui a casa meditando en la muerte. Un hecho natural, claro está, pero a mí me cuesta un mundo digerir el tema. De solo mencionar la palabra muerte me dan escalofríos. Ya estoy en una edad en que puede tocarme en cualquier momento. Me alejo del tema y trato de pensar en otras cosas.

Asistimos al entierro casi toda la pandilla. Observé pocos familiares, eso sí una gran cantidad de amigos del fallecido. Sentida ceremonia con un sacerdote que realizó la ceremonia en el idioma sueco. Bueno, ya nos hemos ido acostumbrando a que sea así. Algunas canciones en español, entre ellas Gracias a la vida de Violeta Parra. Las cenizas de Víctor se quedarán en el cementerio de Södertälje que ya cobija, no sé si es la palabra exacta, a bastantes compatriotas, desde niños a ancianos. Nos estamos quedando aquí. Somos ya parte del paisaje, de la tierra sueca. Yo he insinuado en mi familia mi deseo de que mis cenizas se esparzan en Chile en tierra, pues nunca fui de mar. 

            Terminada la ceremonia en la iglesia nos dirigimos al sitio donde será enterrado Víctor. Su hijo mayor lleva el ánfora en sus brazos igual como se lleva a un niño dormido. Caminamos bajo una lluvia que pretendía llevarse la nieve, el hielo, que había en el camposanto. Cuando el ánfora penetró en un hoyo con las cenizas de Víctor mi corazón me dio claras evidencias de que existía. Una punzada y luego otra. Miré a los presentes. Todos como yéndose un poco a través de ese orificio hecho en tierra por los sepultureros. De repente un grito, una consigna: “Compañero Víctor, Presente, Ahora y Siempre”. Lo repetimos varias veces.

            Después, cada uno de nosotros saludamos a la familia de Víctor. Su hijo solo se limitó a decir: “Mi padre fue un buen hombre”. Enseguida nos fuimos a un local a compartir un café. La atmósfera fue más distendida, necesaria. Lo de siempre con nuestra idiosincrasia. Se comparte el dolor de la muerte con una cuota de humor. 

            En fin, la vida no se detiene. Seguimos en la brecha, en los afanes de cada día. Y ya se acerca una nueva Navidad y en la colonia nuestra existe la tradición de celebrar la Navidad, tener un Viejo Pascuero que le entrega regalos a los niños.

            Seguimos juntándonos en el BILTEMA. Estamos relativamente contentos, pues hemos elegido un presidente en Chile que representa una esperanza para tener en la patria una sociedad más justa para todos. Ojalá que a Gabriel Boric y a su aparato ministerial les vaya bien y que puedan cumplir el programa trazado. Desde acá estaremos pendientes para cooperar en lo que se pueda hacer desde el exterior.

            Por otra parte, la pandemia sigue haciendo estragos en el planeta Tierra. Todavía no se toca, no se encuentra, la tecla perfecta para solucionar el problema. Lamentablemente es mucha la gente que no se quiere vacunar. No sé si es ignorancia u otra cosa.

CAPÍTULO XX EL ADOLESCENTE

Una mañana mi padre entró bruscamente en mi dormitorio con mi libreta de notas del primer semestre. Estaba más que enojado, el rostro enrojecido, el ceño fruncido, sus espesas cejas arqueadas. Comenzó a hablar en forma entrecortada mientras agitaba en sus manos mi libreta de notas:

            “Jovencito, como has podido obtener estas bajas calificaciones con el esfuerzo que hacemos tu madre y yo para apoyarte en  tus estudios. En esta casa no te falta nada, hemos tratado de darte todo lo que corresponde a tu edad. Y mira con qué nos sales, con estas calificaciones ni siquiera llegas para ocupar un puesto de oficinista. Esto se tiene que remediar, aún tienes un segundo semestre por delante, tú no eres ningún  tonto y lo único que debes hacer es colocarte las pilas y  ponerte a estudiar como corresponde. De ahora en adelante se acabaron las fiestecitas, el divertimento, ahora a trabajar, a ponerse el overol, a estudiar. Te lo digo de antemano, te vamos a controlar”.

            Se fue mi padre. Me quedé largo tiempo tirado en la cama sin saber qué hacer. Todo lo que me había dicho el viejo era la verdad absoluta. Lo cierto era que me estaba farreando mi futuro profesional. Me levanté, abrí las ventana, respiré el aire tan especial de la primavera que recién comenzaba a asomar. Miré los árboles, distinguí los gorriones de siempre. Respire profundamente y decidí seguir el discurso del papá: me pondría a estudiar, me dejaría el pellejo en ese quehacer. Mis padres no se merecían un hijo fracasado en los estudios.

            René, que andaba un poco por las mismas, me acompañó en los estudios. Nos juntábamos en su casa o en la mía. Los padres de René eran parecidos a los míos aunque ellos participaban bastante en la política circundante.

            Las chicas, los bailes, las salidas locas, quedaron de lado. Ahora todo era serio. Responsabilidad, trabajo estudiantil. Y vino la recompensa a fin de año, superé todas mis calificaciones y rendí unos exámenes que me permitieron tener un promedio que me permitía postular a una carrera superior. Me fue muy bien en la prueba de Aptitud Académica lo cual me daba para postular a lo que había decidido estudiar: Periodismo.

            Mis padres deseaban que yo fuera abogado. Pero quedaron satisfechos con mi deseo profesional. ¿Por qué periodista? Fácil respuesta. En el material literario que debía leer estaba Ernest Hemingway que de un principio me conquistó con sus narraciones. Hemingway las oficiaba de periodista, de corresponsal. En todo caso sabía de antemano que yo iba a ser un periodista más tranquilo no tan aventurero como el escritor nortemericano.

            El año 1964 me vio ingresar en la Escuela de Periodismo. Mis diecinueve años aún delataban mi adolescencia. Seguía conservando rasgos juveniles, mi personalidad seguía siendo la misma. Ni atrevida, ni muy quedada. Seguía viviendo en casa siendo atendido por mi madre como si yo no hubiese crecido. Mis hermanas transitaban por un mundo que no era el mío. Mis padres trabajando en lo suyo. Quería a mis  viejos, a mis hermanas, aunque no era muy de mostrar mis sentimientos.

            En fin, de un principio me dije que debía tomarme en serio mis estudios. Y así lo hice. René por su parte siguió la carrera de pedagogía en francés.

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