MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO X

Mi querida gata llamada Mimosa, no cazaba vencejos, pero si cazaba gorriones. Se agazapaba en nuestro viejo parrón, escondida entre las verdes hojas atrapaba al vuelo a los gorriones que picoteaban inocentemente las uvas. Mientras mi gata realizaba su labor depredadora yo me deslizaba en una atmósfera en la cual buscaba inútilmente ráfagas de amor que se me escurrían. Otras veces mi mirada veía en las nubes siluetas flotando. Otras veces buscaba a través de los olores de la madera, de la hojarasca húmeda, diversas sensaciones. Otras veces jugaba con el tacto y a través de las manos, de los dedos, buscaba la piel joven femenina. Así, pegado  a una realidad cotidiana que ignoraba el horizonte. Así, adherido a un pedazo de tierra, a una casa, a una esquina, iluminada en las noches por un poste, me iba convirtiendo en un adolescente extraño, una especie de agujero negro.

            De extrovertido pasé a ser un introvertido. Me fui hacia dentro, fue un cambio radical. Dejé las fiestas, los amigos, las chicas. Desaparecí del mapa cotidiano. El único que permanecía fiel a mi transformación era mi amigo René que, de tarde en tarde, se dejaba caer por mi casa. Mis padres estaban imbuidos en sus asuntos terrenales y como que no se dieron cuenta de lo que me sucedía. Mis hermanas eran otra historia, siempre en su ambiente femenino que iba por la moda, pintarse, arreglarse las uñas, depilarse las piernas, el divertimento fácil.

            No sé porqué motivo, o razón, comencé a tirarme en la cama en una posición de Cristo clavado en la cruz y tratar de llegar a no pensar en nada. Cerraba los ojos, luego miraba el techo de mi habitación. Cuánto tiempo duró mi estado emocional al respecto no lo sé. Tal vez lo que me trajo a la tierra fue el hecho crucial en mi existencia en esa tesitura en la cual me encontraba, la providencial llegada a mi vida de Loreto.

            Ella, me pareció, debía tener unos dieciséis años de inocencia plena, pero con rasgos picarescos. Lo que más me llamó la atención fueron sus ojos de un color indefinido, su larga cabellera negra, negra, su grácil figura. Era atractiva. Lo tenía todo para que uno se enamorara solo con verla por primera vez.

            El primer encuentro fue torpe, muy torpe, la atropellé con mi bicicleta. El golpe no fue tan fuerte porque la alcancé a ver a última hora y frené un poco. Ella quedó tendida en el suelo de la calle recién asfaltada. Me miró, no dijo nada por el momento. Pero cuando la estaba levantando del suelo habló.

            -Mocito, tendrás que hacer un curso para andar en bicicleta. Algo tendrás que hacer por mí para que te perdone. Por ahora te salvas porque eres un chico guapo.

            -Perdona, perdona, me distraje, iba sumido en mis pensamientos. Un poco más allá hay una heladería que vende unos helados exquisitos. Vamos allá, te invito. Allí podrás decirme que quieres de mí.

            Sentados frente a frente en la heladería consumiendo los respectivos helados ella con una voz cantarina, seria, me dijo.

            -Para saldar la deuda que tienes conmigo por haberme atropellado tendrás que convertirte en mi novio y llevarme a una fiesta que organizan mis compañeras de curso. Sucede que todas tienen novios y más de alguna se ha burlado de mí porque yo no lo tengo. ¿Qué te parece?

            -Está bien, no hay drama, aunque creía que estas cosas solo sucedían en las películas. 

-Qué pelis y ocho cuartos. La vida va primero que esos literatos, que esos guionistas de tres chauchas. ¿Trato hecho?

            -De acuerdo, dime la fecha, la hora, el lugar donde vives y paso a buscarte. Otra cosa, dime como te llamas.

            -Loreto, basta con ese nombre por el momento.

            -Yo me llamo Sergio Rigoberto.

            -Muy largo, te llamaré Rigo.

            Me entregó la información requerida y nos despedimos amablemente. Ella se alejó cojeando un poco. Yo cogí mi bicicleta  y regresé a casa a meterme en mi pieza y volver a mi posición de Cristo crucificado.

            Una larga temporada llevamos adelante el juego de falsos novios con Loreto. No pasó más allá de eso, un simple juego muy bien jugado. Ambos sabíamos que no íbamos a llegar a otro tipo de relación, pues ella estaba enamorada de un tipo que pololeaba con una amiga suya y yo estaba enamorado de Angélica María que seguía siendo una estrella inalcanzable para mí. Lo bueno fue que Loreto me arrancó de aquel peligroso universo en el que me estaba introduciendo. Todo eso representado en forma simbólica en un agujero negro que había en el techo de mi habitación. Salí a la vida con nuevos bríos, cuestión que celebramos con mi amigo René. René tenía un problema serio, era gordo, demasiado gordo, y no hacía nada por remediar su situación. Comía demasiado y  no practicaba deporte alguno. Pero como amigo era especial, fiel hasta la muerte, dispuesto a sacrificarse, a dejar la vida en el plano de la amistad. Decidí  ayudarlo de alguna manera.

CAPÍTULO XI

EL VIEJO

            Estoy leyendo Dulce Jueves del nobelado escritor norteamericano John Steinbeck. Me llama la atención los diversos personajes que pueblan la novela editada el año 1954. Digo esto porque la trama, los episodios que se relatan, llevan el sello significativo del ponderado Realismo Mágico. En buenas cuentas el Realismo Mágico no nace con Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. Esto lo hablaré con Nicanor el escritor del grupo y con Gonzalo el historiador. Puede que yo esté equivocado en mis apreciaciones, pues no soy ninguna lumbrera en literatura. En todo caso anoté en mi cuaderno de citas una frase de Steinbeck que quedó rondando en mi cerebro: “La mayoría de la gente no se mira más que a sí misma y esto da lugar a una raza de ratas”.

            A propósito de ratas vivo en un lugar donde mis vecinos no cumplen con ciertos hábitos de higiene. Por ejemplo, no echan la basura en los contenedores que han puesto para ello. Muchas bolsas con contenido alimenticio quedan tiradas en el suelo. Basura que vienen a comer cuervos, gaviotas, y otros pájaros. Algunos vecinos me han dicho que han visto ratas. Debo decirlo, y no quiero ser acusado de racista, aquí en este sector viven muchas familias llegadas del Cuerno de África, al parecer todavía no entienden que viven en otro tipo de sociedad más avanzada en todo. Sus hábitos de limpieza dejan mucho que desear.

            Ya que me metí en el tema, agrego que unos vecinos que viven en el quinto piso del edificio, que habito, tienen por costumbre tocar su música haciendo abuso del bajo. Un día, después de escuchar más de una hora el maldito bajo, fui a reclamar a la puerta de ellos. Poco caso me hicieron. Otro día, justo el día del Midsommar sueco, llegaron unos cuantos invitados al departamento del quinto piso y colocaron su música como se dice vulgarmente a todo chancho y además se pusieron a asar en el balcón, cuestión que está totalmente prohibido. Alguien llamó a la policía y el jefe de familia, un moreno descomunal, cargó contra mí gritándome desde el quinto piso asomado a la ventana mientras yo me encontraba en el patio de juegos de la comunidad. Sin echarme atrás le contesté que yo no había sido quien llamó a la policía, pero que estaba harto con su falta de respeto hacia sus vecinos etc. etc. Parece que causó efecto la llamada de atención, pues hace un par de semanas que no escucho el bajo.

            Para nadie la existencia es de tranquilidad absoluta; si vives inmerso en la sociedad no serás un ente fuera de toda cobertura. La violencia, al parecer, es parte de la existencia humana. Las noticias, la televisión específicamente, dan a conocer este episodio de violencia que narro. En la vecina localidad de Flemingsberg unas bandas juveniles se han agarrado a balazos y han herido a dos niños, a dos hermanos que iban de la mano de su padre. Los balazos le llegaron en las piernas. Unos días después entrevistaron al padre quien dijo que toda la culpa la tenía la sociedad. Además, agregó que le habían ofrecido ayuda los medios comunales, pero que hasta el momento no había recibido nada.

            La violencia es el pan de cada día. Lo extraño es que también sucede con demasiada frecuencia en los países desarrollados donde se supone que no debería haber tanta violencia. Cómo debe controlar la sociedad estos hechos, la verdad es que no tengo la menor idea e iniciativa al respecto. Tocamos el tema en nuestra reunión de los martes y los jueves en el café y los más sabios llegaron a la conclusión que deberían los países invertir, gastar más dinero en educación, en centros deportivos, en centros culturales. Uno de los miembros que estaba un poco despistado dijo que deberían haber más cárceles. Todo el resto de los concurrentes se le fue encima. Más cárceles no solucionaban ningún problema.

            Anoche tuve una pesadilla terrible. El africano del quinto piso, que es un joven fornido, grandulón, junto a otros tipos me hacían una encerrona en el ascensor y me golpeaban en forma salvaje. Comencé a dar gritos alarmando a mi señora esposa. Ella me preguntó qué me pasaba, le relaté mi pesadilla. “Eres un tonto, ese jovencito no te hará nada, recuerda que eres un viejo”. No quedé muy tranquilo con lo que me dijo mi mujer. Por si acaso dejé de usar el ascensor.

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