Novela por entrega de Roberto Farías Vera
CAPÍTULO III: EL VIEJOAntes de la pandemia
Ahora estoy en la cafetería del Bil Tema, lugar donde venden todo tipo de productos para el hogar y para los vehículos. Sentados cómodamente, bebiendo un café de dudosa calidad según mis amigos. Para mí todos los cafés eran iguales, no tenía paladar para esto. Además, qué más se podía pedir si costaba cinco coronas incluido un pastelillo. Abandonando la farándula política, que reinaba por sobre todo los temas, uno del grupo informó que un amigo común se encontraba enfermo recluido en una casa de ancianos. Con Nicanor, el escritor, nos pusimos de acuerdo para ir a visitarlo. No llegamos a hacerlo, pues un hermano del enfermo nos contó que no era necesario. Nuestro amigo tenía alzheimer y no reconocía a nadie.
Quedé muy preocupado, conmovido, angustiado. Cavilaba. No es posible que seamos tan poca cosa y que al final de nuestras vidas penetremos en las zonas del olvido. Qué jugarreta nos entrega el creador. Si es que hay un creador. Mi mujer ha empezado a olvidar episodios del pasado y del presente. Yo me levanto del asiento a hacer algo específico y termino haciendo otra cosa. Parece, seguro, de que vamos derechito a la morada donde ahora habita mi amigo José Miguel. Sí, así se llama. Él era muy simpático y le gustaba contar chistes con una gracia especial y ahora sumido el pobre en la desmemoria.
Este otro episodio que cuento, también sucedió antes de la crisis provocada por el coronavirus. Juan Luis, otro miembro del grupo que en sus tiempos laboró como enfermero, contó que la Viking Line organizaba paseos marítimos para la tercera edad. Que hacían un descuento especial si uno viajaba en grupo. Que había muchas entretenciones a bordo. Que se podía bailar con orquestas que tocaban de todo. El chico Pedro, mecánico en sus tiempos mozos, preguntó: “ ¿Con la señora o sin la señora?”. Como habían varios en el grupo que estaban separados, otros viudos, se determinó viajar sin pareja. El de la idea, Juan Luis, quedó encargado de comprar los pasajes. A la semana siguiente ya teníamos los pasajes en mano para salir el fin de semana. Muy a lo campeón informé a mi mujer que me iba de paseo con mis amigos. Ella dijo estas sagradas palabras: “Y desde cuándo te mandas solo caballerito?”. Y enseguida: “¿Por qué no puedo ir yo?”. Le expliqué cómo había sido tratado el tema. Se quedó callada. Luego la escuché llamar por teléfono varias veces. Al almuerzo preparé, con mucho esmero, el plato que a ella más le gustaba. Bistec acompañado de un par de huevos fritos y una ensalada de lechuga. En los postres, helados de vainilla con fresas suecas, todo adornado artísticamente. En el café acostumbrado ella me dijo que el fin de semana se iba de viaje con sus amigas en otra empresa marítima similar a la Viking Line. Sí señor, mi querida mujercita era de armas tomar.
El viaje fue espectacular, pasó de todo. Elías, que recién se había integrado al grupo, que trabajó de farmacéutico, fue quien nos entregó unos sobres de viagra a un precio módico. Yo rechacé la oferta agregando que no me hacía falta. No fue una respuesta recia de un macho bien plantado, sino que no se me pasaba por la cabeza tener aventuras extraconyugales y menos a estas alturas de mi vida. En una época, bastante atrás en el tiempo, había pasado por esa situación engorrosa de haber tenido una relación extramarital de la cual no salí muy bien parado. No sé si creyó ella mi explicación del momento. Mijita, mi amor, parece que ella me drogó, algo le echó al vino, y pasó lo que no debía haber pasado. Yo creo que soportó, aguantó, mi infidelidad por nuestros cuatro hijos que estaban pequeñitos todavía. Me acuerdo y aún me da vergüenza ese ingrato episodio.
Todos mis amigos bailando con damas extrañas. Yo, ajeno a esto, fui a pasear por el barco. La noche se prestaba para ser observada en un mar que por el momento estaba tranquilo. Embebido, entroncado, en mis pensamientos existenciales, no vi venir a una dama que se situó a mi lado y me habló en un correcto español. “Está hermosa la noche, no es cierto”. Sin mirarla, pero oliendo sus perfumes de batalla, asentí con la cabeza. “Solo un romántico hace lo que usted está haciendo ahora contemplando las estrellas. ¿No le apetece bailar?”. Le contesté sin mirarla. ”No me apetece, en mis tiempos de jovenzuelo bailaba bastante, pero ahora solo acostumbro a bailar con mi pareja, mi mujer”. Ella un poco mosqueada dijo: “Lo entiendo”. Desapareció como había llegado. Seguí contemplando la noche y echando de menos a mi mujer. Apuesto a que nadie se lo cree. Los dos hacíamos una excelente pareja bailando toda clase de ritmos, sobre todo el rock and roll. Recordando hechos del pasado, cuando recién nos conocíamos, no me di cuenta que el panorama nocturno había cambiado y que ahora el barco se zarandeaba. Yo estaba en la proa. Comencé a sentirme mal. Me fui a mi cabina, mi compañero Elías no estaba. Pasé muy mala noche, vomité hasta el alma. Al desayuno fui al comedor tan solo para acompañar a mis amigos. Todos estaban felices, parecía que se habían rejuvenecidos. Lo habían pasado de primera. Algunos de los más locuaces contaron con pelos y señales sus aventuras. Otros se limitaron a sonreír. Yo no dije nada, ni nadie me preguntó nada, seguro que mi cara era todo un poema de circunstancias adversas.