MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO XI EL VIEJO

            Estoy leyendo Dulce Jueves del escritor norteamericano John Steinbeck. Me llama la atención los diversos personajes que pueblan la novela editada el año 1954. Digo esto porque la trama, los episodios que se relatan, llevan el sello significativo del ponderado Realismo Mágico. En buenas cuentas el Realismo Mágico no nace con Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. Esto lo hablaré con Nicanor el escritor del grupo y con Gonzalo el historiador. Puede que yo esté equivocado en mis apreciaciones, pues no soy ninguna lumbrera en literatura. En todo caso anoté en mi cuaderno de citas una frase de Steinbeck que quedó rondando en mi cerebro: “La mayoría de la gente no se mira más que a sí misma y esto da lugar a una raza de ratas”.

            A propósito de ratas vivo en un lugar donde mis vecinos no cumplen con ciertos hábitos de higiene. Por ejemplo, no echan la basura en los contenedores que han puesto para ello. Muchas bolsas con contenido alimenticio quedan tiradas en el suelo. Basura que vienen a comer cuervos, gaviotas, y otros pájaros. Algunos vecinos me han dicho que han visto ratas. Debo decirlo, y no quiero ser acusado de racista, aquí en este sector viven muchas familias llegadas del Cuerno de África, al parecer todavía no entienden que viven en otro tipo de sociedad más avanzada en todo. Sus hábitos de limpieza dejan mucho que desear.

            Ya que me metí en el tema, agrego que unos vecinos que viven en el quinto piso del edificio, que habito, tienen por costumbre tocar su música haciendo abuso del bajo. Un día, después de escuchar más de una hora el maldito bajo, fui a reclamar a la puerta de ellos. Poco caso me hicieron. Otro día, justo el día del Midsommar sueco, llegaron unos cuantos invitados al departamento del quinto piso y colocaron su música como se dice vulgarmente a todo chancho y además se pusieron a asar en el balcón, cuestión que está totalmente prohibido. Alguien llamó a la policía y el jefe de familia, un moreno descomunal, cargó contra mí gritándome desde el quinto piso, asomado a la ventana, mientras yo me encontraba en el patio de juegos de la comunidad. Sin echarme atrás le contesté que yo no había sido quien llamó a la policía, pero que estaba harto con su falta de respeto hacia sus vecinos etc. etc. Parece que causó efecto la llamada de atención, pues hace un par de semanas que no escucho el bajo.

            Para nadie la existencia es de tranquilidad absoluta; si vives inmerso en la sociedad no serás un ente fuera de toda cobertura. La violencia, al parecer, es parte de la existencia humana. Las noticias, la televisión específicamente, dan a conocer este episodio de violencia que narro. En la vecina localidad de Flemingsberg unas bandas juveniles se han agarrado a balazos y han herido a dos niños, a dos hermanos que iban de la mano de su padre. Los balazos le llegaron en las piernas. Unos días después entrevistaron al padre quien dijo que toda la culpa la tenía la sociedad. Además, agregó que le habían ofrecido ayuda los medios comunales, pero que hasta el momento no había recibido nada.

            La violencia es el pan de cada día. Lo extraño es que también sucede con demasiada frecuencia en los países desarrollados donde se supone que no debería haber tanta violencia. Cómo debe controlar la sociedad estos hechos, la verdad es que no tengo la menor idea e iniciativa al respecto. Tocamos el tema en nuestra reunión de los martes y los jueves en el café y los más sabios llegaron a la conclusión que deberían los países invertir, gastar más dinero en educación, en centros deportivos, en centros culturales. Uno de los miembros que estaba un poco despistado dijo que deberían haber más cárceles. Todo el resto de los concurrentes se le fue encima. Más cárceles no solucionaban ningún problema.

            Anoche tuve una pesadilla terrible. El africano del quinto piso, que es un joven fornido, grandulón, junto a otros tipos me hacían una encerrona en el ascensor y me golpeaban en forma salvaje. Comencé a dar gritos alarmando a mi señora esposa. Ella me preguntó qué me pasaba, le relaté mi pesadilla. “Eres un tonto consumado, ese jovencito no te hará nada, recuerda que eres un viejo”. No quedé muy tranquilo con lo que me dijo mi mujer. Por si acaso dejé de usar el ascensor.

CAPÍTULO XII EL ADOLESCENTE

Parece que fue cuando cursaba el tercer año de humanidades que sucedió lo que paso a relatar. De pronto nos convertimos en semilla de maldad, en chicos malvados, fascistas, todo eso revuelto en una acción de la cual me sentí muy avergonzado de haber participado.

            En el curso había dos chicos que luchaban intensamente por ser el mejor alumno del curso en el plano de los estudios. Eran un poco pesados, engreídos, como que al resto de los varones nos miraban por encima del hombro. No sé de quién fue la idea que todo el conglomerado de los varones de la clase aceptó y llevó a cabo. Empezamos a crear un ambiente de habladurías, de cuentos, que cada uno de nosotros llevaba a los dos muchachos. “Saez, el Martínez dijo que tú eras un chupamedias con los profesores”. “Martínez, el Saez le dijo a una compañera que tú eras un mariquita”. Y así, todo tipo de embustes hasta que ambos se desafiaron a pelear.

            El anuncio de la batalla corrió por todo el colegio. En un sitio eriazo cercano al liceo se fijó el campo de la gran confrontación. Sin mediar palabras se embistieron. Ninguno de los dos sabía pelear, se notaba que no veían películas de vaqueros, que solo veían películas de Walt Disney. Combos iban, combos venían, así era la rutina de unos payasos de la televisión. De repente no se encajaban ningún puñetazo, solo golpes en el aire, de repente se daban con todo. Esta vez la contienda no terminó a la primera sangre. Se dieron de lo lindo y con nosotros azuzándolos como si estuviéramos en el Coliseo de los tiempos romanos. La pelea terminó cuando llegaron un par de profesores. Nunca se supo quienes fueron a buscarlos.

            Ambos contendientes al otro día no fueron a clases. Pasaron unos pocos días en los cuales decidimos cambiar nuestra actitud hacia ellos. El Pillo González, el líder del curso, les habló diciéndoles que la pelea había sido generada por nosotros, que habíamos inventado todas las maledicencias etc. etc. Los muchachos nos perdonaron, se dieron un largo abrazo. Enseguida todo el grupo nos fuimos a beber unas gaseosas y a comer unos completos a una fuente de soda cercana al nuestro viejo liceo.

            La violencia es algo inherente al ser humano. Al parecer el bullying, el acoso, el molestar a los más débiles también forma parte del lado oscuro de las personas. René, mi amigo, por su gordura, era el blanco de los alumnos y alumnas más molestosos del curso. Se ensañaban con mi amigo. Hasta que un día decidí hacer algo por René en cuanto a su aspecto físico. Le planteé la situación en la dura, a calzón quitado, a la brutanteque. Me vacié, se lo dije todo. Resultado: estuvo una semana sin hablarme. Pero volvió y me preguntó como yo lo podría ayudar. Entre los dos hicimos un plan de trabajo sin consultar a nadie. Lo primero, lo primero, sentido común.

PLAN DE TRABAJO

Reducir un poco el desayuno. Hacer lo mismo con todas las comidas del día.

            Dejar a un lado las gaseosas de a poco.

            Fuera con los pasteles, los helados, otras golosinas.

Salir a caminar unos kilómetros. Poco a poco ir aumentando la distancia.

            Salir a andar en bicicleta.

            Practicar natación.

            Ir al gimnasio un par de días a la semana.

            En fin, al principio un poco de todo y yo siempre acompañándo dejando de lado mis propias actividades. Al cabo de seis meses mi amigo René era otro. No fue un milagro, fue un acto de lucha, de fe, de voluntad, más que nada consigo mismo. De no tener una novia René pasó a tener varias. Se transformó en un tipo atractivo en todos los sentidos. Los compañeros de curso dejaron de molestarlo, de burlarse de él. Me quedó muy claro el mensaje de que con voluntad, con esfuerzo, se pueden conseguir logros positivos.

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