MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO VIII: EL ADOLESCENTE

-Hijo, es hora de que comiences a practicar en el manejo. Pronto serás mayor de edad y es bueno que saques tu carné de conducir. Vamos, manos a la obra.

            -Papá, creo que no estoy preparado por el momento.

            -Qué cosa dices. Ahora tengo tiempo así que no hay excusas.

            Nos fuimos a un parque, a un sitio eriazo, amplio, donde muchos iban a practicar el manejo. Mi padre me dio las instrucciones pertinentes y me puso al volante. Los nervios me consumían, además hacía un calor de los mil demonios. Transpiraba, el sudor me empapaba, la ropa pegada al cuerpo. Torpe, demasiado torpe. Fue una hora de exquisita tortura. Mi padre probó su paciencia infinita, paciencia que le alcanzaba para aguantar los caprichos de mi madre. Ese día destruí un kiosco de venta de mote con huesillo y creo que destrocé el motor del querido auto de mi papá.

            Cometí una serie de errores en el aprendizaje de conductor. Mi padre aguantó estoicamente. Mi viejo tenía una voluntad de hierro y se había empeñado en enseñarme a manejar y lo consiguió. Cuando recibí mi flamante carné me regaló el auto familiar y él se compró un Ford T. 

Con mi flamante auto y con mi amigo René tenía la intención de recorrer todo Chile. Primero iríamos al norte del país. Desde Santiago llegaríamos hasta Arica. Planificamos el viaje rigurosamente. Para reducir gastos invitamos a dos compañeros de liceo que nos parecían serios, responsables. Poco duró el proyecto. Me embarqué en una carrera ilegal y choqué. Me salvé de milagro, el auto quedó hecho una calamidad.

Y llegó el año 1963 en el cual ponía término a mi vida liceana. En el ámbito internacional sucedían hechos importantes como el asesinato del presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy. Una compañera, que estuvo becada en  Nueva York, se puso a llorar a mares. René, que estaba un poco enamorada de ella, intentó consolarla pero no llegó a nada. Por supuesto que sucedieron un montón de cosas pero yo la mayoría de ellas las pasaba por harto al estar demasiado preocupado de mí mismo. Fue tanto esa espesa situación que mis padres determinaron llevarme a un psicólogo. Después de estar echado en un sofá un par de horas y de haber contestado a un montón de preguntas el tipo llegó a la conclusión que simplemente yo tenía miedo ante un nuevo estado de cosas que se aproximaban. Además, estaba demasiado sobreprotegido. Después de este hecho mi padre me dijo que no me preocupara, que a él le había sucedido lo mismo en su época de adolescente. Agregó que podía tener más tiempo libre para que intentara divertirme.

Antes de  terminar el año escolar en mi liceo sucedió un hecho inesperado. René me había invitado a una reunión de conspiradores. Él estaba dando sus primeros pasos en el acontecer político. Una mañana no pudimos entrar al colegio. El grupo de conspiradores de mi amigo René se había tomado el colegio reclamando que de una vez por todas las autoridades cumplieran y terminaran de construir el futuro liceo. Cabe hacer notar que nosotros, los alumnos, estuvimos contemplando seis años el esqueleto de un edificio de tres plantas que quedó a medias. Desde luego que era justo el petitorio. Yo, por seguir a mi amigo René, que se había mandado un bonito discurso revolucionario, apoyé el movimiento y me adherí  a la toma.

Debo decir que lo pasé bien con mis compañeros compartiendo las comidas que cocinaban las compañeras que llegando las 18 horas se iban casa. Fue una toma ejemplar. Limpiamos el liceo, lo pintamos, arreglamos sus jardines. Al final se consiguió que el Ministro de Obras Públicas firmara un compromiso para terminar de construir el edificio. Claro está que ninguno de los participantes de la toma pudo predecir, adivinar, la desgracia que vendría dos años después. Sucedió que un viento invernal arrasó con parte del techo del liceo, recién terminado, que se vino abajo y mató a tres alumnos. Uno de ellos era hijo del profesor de gimnasia.

Aquel año intenté un acercamiento a fondo con Angélica María que seguía adelante con su presencia de dama que pertenecía a un mundo superior. Me dejé caer por su casa una tarde veraniega con un ramo de rosas y con la intención de invitarla al cine. Grande fue mi decepción, mi derrota, al verla en su jardín en los brazos de un alumno, de otro curso, que había llegado hace poco a nuestro liceo.

Terminé el año escolar a duras penas arrastrando mi derrota amorosa y con la sensación de que no estaba preparado para lo que se avecinaba. Aunque en el segundo semestre junto a mi amigo René nos dedicamos a estudiar en serio para superar nuestras bajas calificaciones.

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