Novela por entrega de Roberto Farías Vera
CAPÍTULO VII: EL VIEJO
En ese momento tan crucial yo era un peligro supremo al volante. Mi mujercita no se percató de nada cuando conduciendo mi Polo, adquirido de segunda mano, me confundí en una maniobra en la cual no hubo accidente porque todos los que manejaban en ese instante conducían a baja velocidad. Creí que era una rotonda, entré en la que no era una rotonda sino que una vía normal. Suerte, no pasó nada aunque alcancé a captar la mirada de reprobación de una joven que detuvo su auto para dejarme pasar. Días anteriores manejaba y de pronto me di cuenta que no sabía a qué lugar me dirigía. Ya lo sé, la triste y cruda realidad, es que debo dejar de conducir.
Después de haber recorrido todas las rutas de nuestro largo y angosto Chile. Después de haber transitado las carreteras de la vieja Europa para llegar a España. Después de haber conducido a través de toda Suecia con nieve incluida, debía dejar de conducir por problemas que conlleva la vejez.
Sin embargo, estoy estirando la cuerda, el tiempo de dejar de conducir. Hay que hacer las compras necesarias para seguir subsistiendo. Tengo que llevar a mi distinguida esposa a la piscina, visitas al doctor, al centro de la ciudad cuando se compra nuevas prendas de vestir.
En fin, aguantaré hasta cuando pueda hacerlo, ojalá que no vaya a ocurrir una terrible desgracia. Y tantas historias de conductor que tengo. Aunque es mejor el episodio que me contó Nicanor cuando viajaba rumbo a Estocolmo a leer unos poemas en un evento literario musical. Más o menos así lo relató.
“Aquella tarde nevaba y nevaba. La carretera de tres pistas, la E cuatro, específicamente, no invitaba a correr. Iba con mi señora al lado que hablaba sobre enfermedades como es habitual en ella. En el asiento de atrás iba un conocido cantautor que también iba a participar en el evento. Pues bien, yo manejaba por la pista de el medio mi bonito Seat español de color amaranto. De pronto, no sé de dónde apareció un automóvil, que perdido el control, se atravesó en mi trayectoria. No sé por qué razón me acordé de la película La Guerra de las Galaxias y me vi en el espacio manejando una nave que eludía toda clase de disparos de naves enemigas. Conservé la calma, hice un par de maniobras que me permitió eludir el auto que se había atravesado y a los que venían a mi costado y por detrás. Fue una maniobra perfecta. Milagro carretero, no hubo ninguna desgracia. Mis dos acompañantes me felicitaron.
Llegamos al lugar del evento que era la conocida Librería Latinoamericana, propiedad de un compatriota. Mi amigo el cantautor, que además de cantar ejercía de maestro de ceremonias, me presentó de la siguiente manera: “Ahora tenemos con ustedes a Nicanor mejor conductor que poeta”. Hubo un silencio, de pronto unas risas. Enseguida el cantautor, que no diré su nombre para no causar posibles problemas, contó el incidente carretero. Desde entonces mi amigo Nicanor, antes de actuar en los eventos literarios a los cuales es invitado, habla con el maestro de ceremonias y le dice que por favor no lo presente como “mejor conductor que poeta”.
Otro episodio automovilístico, digno de contar, le sucedió a nuestro amigo Aquiles que siempre exageraba todo lo que le sucedía. Así lo contó ante un café que se le cayó de las manos.
“Cabros, lo que voy a contar no me lo van a creer, tiempo atrás venía manejando mi Lada desde Fittja para acá por la carretera vieja. El camino estaba requete resbaloso. De pronto el auto patina, me doy vuelta de campana y estuve girando unas cuantas veces, suerte que no venían otros autos. Lo extraordinario fue que en ningún momento perdí el control de mi coche”.
Un silencio largo, espontáneo, luego carcajadas que llamaron la atención de los otros contertulios del Second Hand. Aquiles no entendía de qué nos reíamos. Nervioso bebía de un café que no existía, antes lo había derramado. Uno de la pandilla le dijo. “Ahora si que te pasaste, como ibas a tener el auto controlado si te diste vuelta de campana y estabas girando sobre el hielo”. Más carcajadas. Estuvo ausente del café unas cuantas semanas.
La última anécdota relativa a manejar la contó Luchin. Él conducía por un camino de tierra, boscoso, con muchas curvas. Nevaba de lo lindo. De pronto se le atravesó un descomunal ciervo al cual atropelló. Se bajó de la camioneta Volvo que tenía. Se percató de inmediato de que el animal estaba muerto. Sin que cundiera el pánico como pudo cargó al animal y lo metió en el maletero de su vehículo. Enseguida se lo llevó a casa. Lo faenó y estuvo comiendo una larga temporada de una rica carne.
Nadie en el grupo se tragó el cuento de Luchín que tenía la fama de inventar historias. En fin, sea como sea, el auto en Suecia es muy necesario, sobre todo en invierno, aunque es muy complicado manejar con los caminos nevados y con hielo. Actualmente estoy sufriendo por no tener un aparcamiento cerrado. Cada mañana debo quitar hielo del parabrisas, de las ventanas, aguantado un frío que parece burlarse de mí diciéndome: “Mejor te vas a vivir a España viejito”. A veces la nieve cubre por completo el auto que parece un pastel navideño. Por otro lado, es grato cuando llega la primavera, el verano. El verano, pero qué deliciosos paseos nos dimos a España. Yo manejaba de maravilla, solo preocupado de conducir mientras mi mujer controlaba el mapa carretero. Ahora, cero posibilidad de agarrar la E Cuatro y partir a España o a La Toscana, Italia, último capricho que no puedo cumplir.
Ahora poco me queda en mi labor de chofer. El paso del tiempo, inexorablemente, acaba por doblegar al ser humano. Pero en fin, sabemos que nos acostumbramos a todo. Creo que no voy a echar de menos el manejar. Total cada día me cuesta más salir del departamento que habito con mi esposa. No obstante, qué hermoso sería darse un último paseo, lento, sin apuros, llegar y pernoctar bajo el sol de La Toscana. “Soñar no cuesta nada”. Esto lo decía, creo recordar, un personaje de una comedia radial.