MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

MEMORIAS DE UN VIEJO ADOLESCENTE

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO VI: EL ADOLESCENTE

Por impresionar a una chica fui a parar al hospital. Eso fue en la Cordillera de los Andes esquiando. Hice algo indebido, no acostumbrado, una especie de pirueta, un salto mortal. Resultado, las dos piernas quebradas. Ahí estaba yo enyesado y recriminándome por mi idiotez.

            El tiempo me sobraba. No tuve más remedio que dedicarme a la lectura. Pero, ¿qué leer a los quince años? Tal vez, por una casualidad del destino, alguien, otro enfermo, había dejado en el velador contiguo a la cama una novela policial. La noche de la encrucijada del escritor belga Georges Simenon. Me costó seguirlo al principio pero luego agarré vuelo, me interesó la trama, los ambientes tan peculiares de París. El comisario Maigret, protagonista de la novela, me cautivó. Leí casi de un tirón el libro. Cuando vinieron mis padres a visitarme les pedí que me trajeran más novelas con las aventuras del comisario Maigret. Mi padre, siempre exagerado, llegó casi con la colección completa.

            Me sumergí en un estado muy especial absorbido totalmente por  la lectura. El comisario Maigret pasó a ser parte de mi familia ficticia. Un buen tiempo estuve prendado de este tipo de lectura, sin quererlo, me transformé en un especialista en materia de novela policiaca. Luego comencé a escribir pequeñas historias que iban relacionadas con el tema de las investigaciones de crímenes. Poco tiempo duró esa actividad. Me llamaba más la atención el movimiento. Sobre todo relacionado con las chicas, pero seguí siendo fiel al comisario Maigret un largo tiempo.

            Durante mi estancia en la clínica me atendió una enfermera de unos treinta años, aproximadamente, que mostraba en forma generosa sus atributos femeninos. Tenía unos pechos imperiales que amenazaban salirse de la blanca blusa que usaba. Esos pechos me tenían a maltraer, me provocaban unas sensaciones voluptuosas que se manifestaban en mi cuerpo. Ella se encargaba de que mi temperatura corporal subiera. Además se reía de mí, me trataba…

            -Cómo está mi querubín, preparado para recibir a su enfermera favorita. Tienes que recuperarte rápido para que me lleves a esquiar. No, mejor que no, te podrías caer nuevamente. Sería preferible que me lleves a un sitio costero. Tú y yo lo vamos a pasar pero qué requete bien. Pero vamos, que tenemos por aquí. Vaya, vaya muchachito estás muy bien dotado. Tranquilo, tranquilo, no te vayas a reventar.

Enseguida se ponía a cantar una canción de moda mientras me atendía, me limpiaba, y otras cosas más que todavía me da vergüenza recordar.

            Un día no apareció. Eché de menos su presencia turbadora. Le pregunté a la nueva enfermera que me atendía, una señora pronto a jubilarse, por la enfermera exuberante. “Creo que la echaron porque traía de cabeza a los enfermos y me contaron que la pillaron in fraganti con un joven médico que estaba haciendo la práctica”.

            Al fin salí de la clínica de la cual me llevé dos recuerdos: la enfermera de los pechos imperiales y las aventuras de Maigret. Pasado un tiempo las novelas de Maigret  se las regalé a un amigo que después se iba a convertir en un brillante escritor de novelas policiales. Su nombre, sino recuerdo mal, Ramón Díaz Eterovic.

            Nunca más volví a esquiar. Mis quince años se convirtieron en dieciséis años. Torpe, muy torpe, en mis relaciones sociales sobre todo con los mayores. Tenía suerte con las chicas no sé porqué razones. En casa no había problemas con mis padres. El tema de la traición conyugal de mi papá estaba al parecer superado y mi madre seguro que había puesto en marcha la fábrica otra vez. Inclusive se pegaron un viaje a Cancún, México.

Toda mi vida parecía ir por un camino normal, sin baches, pero no era así mi situación. No me faltaba nada pero sentía una insatisfacción, algo especial que no podía definir. Buscaba algo, pero no sabía lo que buscaba. Por un tiempo traté de formar una banda rockera. Sin embargo, la voz no me acompañaba y de paso todos los instrumentos se me resistían: un desastre musical. Fuera la música.

Recurrí a la literatura. Me puse a escribir versos, luego cuentos. Se me ocurrió leer un relato en la clase de literatura y empezando por mi profesor todo el curso se echó a reír. Llegué a casa y quemé todo mi material literario.

Probé con la pintura. Otro desastre. No cabían dudas, las artes no eran mi camino a seguir. Mis dieciséis años culminaron en una depresión  de padre y señor mío que mis padres intentaron mitigar con unas vacaciones de verano en una zona costera muy de la burguesía santiaguina.

Tan mal estaba que llegué a creer que mi vida era una especie de sueño. Mejor dicho que era víctima de alguien, un ser abstracto superior que me soñaba. Afortunadamente apareció una dama, un poco mayor que yo, cuyo nombre era Iris. A través de ella pude ver el mundo de otra manera, más distendido, más amable y más misterioso. Ella me introdujo en el mundo de los espíritus. Navegué en las tibias aguas de Iris todo un verano. Así como llegó, envuelta en el espiritismo, ella desapareció de mi vida.

Y ya cabalgaba por senderos escabrosos, serpenteantes, con mis diecisiete años a cuesta. Mi vida liceana con la rutina de siempre, ir a clases, hacer tareas, soportar a profesores que practicaban a su gusto el bullying sobre todo con los más débiles. Participé en algunas huelgas escolares tan solo por el grupo, por el que dirán, pues en el fondo no me interesaban.

Y entre todo ese engorroso vivir se realizó en Chile el Campeonato Mundial de Fútbol. Todo el mundo pendiente del torneo. Todos cantando: El mundial del sesenta y dos es una fiesta universal del deporte y del balón… Tómala, métete, remata,  gol gol de Chile. Un sonoro ce ache i y bailemos rock and roll. Mi padre compró un televisor que estaba de moda y pudimos ver en casa cómodamente sentados el evento. Invité varias veces a mi amigo René quien era un forofo de primera. Gobernaba el país Jorge Alessandri Rodríguez que de fútbol no sabía absolutamente nada.

Enero 2022

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