Memorias de un viejo adolescente

Memorias de un viejo adolescente

Novela por entrega de Roberto Farías Vera

CAPÍTULO XIII: EL VIEJO

            Otro día en el balcón. Día veraniego típico sueco. De pronto el sol se esconde detrás de unas nubes grises. No sé por qué razón uno acostumbra a decir que el sol se esconde. La verdad es que esto no pasa de ser más que una metáfora, el sol no se esconde nunca. En fin, las nubes grises cambiaron el panorama. De pronto unos truenos magníficos, potentes, y luego la lluvia, un torrente de agua que cae sin piedad alguna. Me quedo un buen rato observando el panorama que es totalmente diferente al anterior que contemplaba minutos atrás. El proyectado paseo, salir a caminar con Matilde, queda postergado. Ahora viene el gran problema: qué hacer, cómo llenar las próximas horas del día.

            La lectura no me place como antes, me he puesto un lector mañoso. Por ejemplo, ya no soporto a Isabel Allende, agarré su libro El zorro y no pasé de tres hojas. Se nota a la legua que ella, lamentablemente, se ha comercializado. No está demás ganar dinero aparentemente fácil, pero dónde se quedó la extraordinaria escritora que escribió La casa de los espíritus, El plan infinito. Fuera con Isabel. Un llamado telefónico me salva de mis amargos pensamientos. Es Gonzalo, el Historiador.

            -Hola muchacho, ¿qué me cuentas, cómo estás?

            -Aquí estoy rabiando con Matilde. Y tú, ¿Qué haces?

            -Estoy varado por culpa de la lluvia. Estaba planeando ir a visitar a Aquiles, nuestro amigo albañil, que como tú sabes le dio un ataque al corazón que casi se lo lleva al patio de los callados.

            -Sí, me enteré del tema. Según se comentó en el grupo, tú no estabas, que vio el otro lado del túnel, la luz, la otra vida. Tú sabes lo exagerado que es.

            -Sí, claro, es un poco mitómano, pero es un buen chato. Qué te parece si lo vamos a ver mañana.

            -Podría ser. Voy a ver si la patrona me da permiso.

            -Oye, tú siempre estás jugando con eso de que la patrona te da permiso si eres más libre que todos nosotros juntos.

            -Discutible, bastante, discutible. Llámame por la tarde y ya te digo algo para que nos pongamos de acuerdo.

            Gonzalo, siempre preocupado por los demás. Pienso que debió haber sido asistente social y no profesor de historia. A mí poco me gusta visitar enfermos, creo que cuando uno está enfermo lo único que desea es estar tranquilo sin que nadie lo importune. Pero, ¿qué hacer ahora? Voy al computador a recabar ciertos datos. Sucede que en los encuentros con la pandilla muchos hablan y hablan de temas sin aportar datos precisos. Por ejemplo, cuántos compatriotas chilenos viven en Suecia. Voy a internet, wikipedia. Me informo que se han hecho varios censos, uno indica que son alrededor de 43 mil los compatriotas que están radicados en Suecia. Otro informe habla de 60 mil. Vaya con las cifras, entre los 60 mil se cuentan a los que están en un estado ilegal.

            Me las doy de pensador. Cifras, estadísticas, números. El ser humano reducido a eso. Y dónde están las estadísticas de los sentimientos, de las penas, y desventuras que les suceden a las personas que obligadas por circunstancias políticas, de hambre, de toda índole, están obligados a abandonar la patria, el territorio donde nacieron. Niños, jóvenes, adultos, ancianos. No está por ninguna parte lo qué sintieron al abandonar el país que los vio nacer. No, no están los datos, la información en las estadísticas. Eso sí, aunque no estoy seguro, deberían aparecer en los libros que se han escrito sobre el exilio, sobre la emigración.

            A propósito de libros. Dejo el ordenador y de mi biblioteca cojo el libro de John Steinbeck Las uvas de la ira. En esta novela Steinbeck nos describe el drama de la emigración de muchos norteamericanos que están obligados a dejar sus tierras obligados por el polvo y la sequía. Además, el banco, dueño y señor de las finanzas, a muchos les ha quitado todos sus enseres. Miles de personas parten de Oklahoma y Texas, rumbo a “la tierra prometida” de California. La ruta 66 se ve plagada de gente que sufre hambre, penurias, además son castigadas por las llamadas fuerzas del orden. Muchos llegan a California, pero el sueño americano no se cumple, siguen con sus penurias estos seres desposeídos de todo. Esta novela fue distinguida con el Premio Pulitzer en 1940. Luego John Ford, famoso director de cine, llevaría la novela a la pantalla. El protagonista principal es representado por el actor Henry Fonda.

            Sucede lo que sucede, a veces en tu propio país estás obligado a emigrar. Esto lo describe a las alturas de un Premio Nobel John Steinbeck. Nuestra emigración, exilio, se debe a otras circunstancias ya bien conocidas por la humanidad. Un golpe militar brutal, sanguinario, no nos permitió hacer de nuestra patria una sociedad más justa, más digna para todos. Fuimos derrotados, pero nunca vencidos.

            Deja de llover. Mientras la lluvia se aleja rezongando, hacia otros territorios, mis porfiados recuerdos no se van a ningún lado. 

CAPÍTULO XIV: EL ADOLESCENTE

Es invierno, llueve a un ritmo que la lluvia se impone a sí misma. Me levanto no con muchas ganas de echar andar el día lúgubre que se avecina. Pero hay que ir al colegio. Me salto la ducha, me mojo la cara y un poco más. Tomo el desayuno acostumbrado, unas tostadas con abundante mantequilla, una taza de leche con demasiadas cucharadas de azúcar. Sin saberlo estoy preparando mi futuro colesterol. Prendo la radio, suena la canción de Johnnie Ray Just the walking in the rain. Tarareo la canción en mi rudimentario inglés.

            Salgo a la calle con un abrigo que pesa demasiado. No sé de dónde cogí un gorro, tipo cazador de elefantes, algo por el estilo. El bolso con mis útiles escolares también me pesa hoy. Me siento flojo, mi accionar es lento. Subo al microbús, muestro mi carné de estudiante. El chofer me mira enojado, en general a los choferes no les gustan los estudiantes, pues no pagan boleto. Me voy al fondo como es mi costumbre. De pie observo que el microbús va cargado de pasajeros que se dirigen a sus diferentes faenas. 

            Me bajo del microbús en un paradero cercano a mi colegio. Camino, la lluvia sigue cayendo intermitente. Hay charcos en la vereda que debo eludir. Pasa un camión y me deja empapado con agua sucia. En fin, entro en el liceo junto a otros condiscípulos. Me dirijo a mi sala ubicada en un segundo piso. La escalera cruje bajo mis pasos, llego al rellano y soy atacado, zarandeado, golpeado, no veo nada, pues me han bajado el gorro que me tapa la vista. Por último, soy empujado violentamente y siento que algo cruje. Me han quitado el gorro y los que me han atacado han huido. Observo, estoy tirado sobre la puerta que da a un balcón. Puerta rota. Se asoma el profe de matemáticas que toma nota de mi situación.

            Consejo de curso. Se trata el tema de la puerta rota. Se me condena a pagar. Surge la voz del Pillo Vera y de otros compañeros declarando que ellos son los culpables del desaguisado montado y que pagarán la puerta rota. De acuerdo dice nuestro profesor jefe quién en ese momento no sabía que iba a ser asesinado por su amante años más tarde. Sumido en la pereza que me acorrala últimamente, veo caer sobre mi pupitre mi gorro de cazador de elefantes. Me prometo no ponerme nunca más esa prenda.

            Ha dejado de llover. Un sol tímido se asoma, un arcoíris se descuelga del cielo. Mis compañeros, que antes me golpearon, me invitan a un completo y una gaseosa. Me uno a ellos, me abrazan, se ríen, me rio con ellos. Poco a poco la sensación de amodorramiento, de flojera, de lasitud, va desapareciendo. Después de todo la vida no deja de darnos sorpresas.

            Regreso a casa con el ánimo cambiado. Antes de entrar a mi morada voto el gorro de cazador de elefantes en el tarro de la basura. Entro, tiro mi bolsón en un rincón. Me saco mis prendas mojadas y mi madre llega presta con una taza de chocolate caliente. Enseguida con una toalla comienza a secar mis cabellos. Yo me digo a mi mismo, muy bajito: “cuándo será el día en que mi madre se de cuenta que ya no soy un niño y que ahora más bien soy un joven pelotudo”.

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